El Señor nos ha entregado
con su sangre y con su agua
el perdón de los pecados
y agua viva para el alma.

Tal es su misericordia
y nos llama a conversión,
acudiendo al sacramento
de la reconciliación.

Es la cruz nuestra esperanza,
por la cruz nuestro perdón,
de la muerte nos rescata
y nos trae la salvación.

El demonio que pensaba
que era esa su victoria,
pero allí quedó vencido,
fue en la cruz su gran derrota.

Es por eso que el demonio
a la cruz no quiere ver,
le molesta de tal modo,
tiene que retroceder.

Aceptar la cruz de Cristo
me conmueve y me avergüenza
que el Señor, por mis pecados
hubo de sufrir tal pena.

”Quien quiera venir conmigo
-muy claro dijo Jesús-
que renuncie a sí mismo,
y que cargue con su cruz”. 

¿Cómo es eso de mi cruz?
¿Qué renuncia debo hacer?
Miraré lo que hizo Cristo,
con su ejemplo lo sabré.

Esta cruz no es comparable
a la que sufrió Jesús,
pero yo, para seguirle,
debo de llevar mi cruz.

Pues mi cruz me une a Cristo
no la puedo rechazar.
Mi Señor, Tú dame fuerza
de llevarla hasta el final.